‘Hell Fest’ demuestra que una espléndida ambientación no basta para sostener por sí sola un slasher

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El de las atracciones de feria es un entorno con una tradición nada desdeñable dentro del cine de terror: ya en los tiempos de ‘El gabinete del doctor Caligari’ (‘Das Cabinet des Dr. Caligari’) era refugio de conocimientos esotéricos y estéticas excesivas e infernales, y con ‘Freaks’, de ambientación más circense pero sin duda con un punto afín al de los pasajes del terror, nos quedó claro que entre bambalinas se cocía tragedia y monstruosidad. En los ochenta, el salto al slasher estaba garantizado.

Fue en 1981 con ‘La casa de los horrores’ (‘Funhouse’), una de las mejores películas de Tobe Hopper tras ‘La matanza de Texas’ (‘The Texas Chainsaw Massacre’), espléndidamente homenajeada en el debut de Rob Zombie en 2003, ‘La casa de los 1000 cadáveres’ (‘House of 1000 Corpses’). Era de esperar que la nueva generación de cine de terror, siempre atenta a la inspiración nostálgica, acabara fijándose en los pasajes del terror modernos, más sofisticados, más macabros y más violentos.

De hecho, hay un precedente inmediato para ‘Hell Fest’, aunque su tono sea bien distinto: la temporada 2 de la serie de terror inspirada en creepypastas de Internet ‘Channel Zero’, titulada ‘No End House’: arrancaba su historia con un grupo de jóvenes internándose en un misterioso pasaje del terror del que saldrían marcados para siempre. En ‘Hell Fest’ tenemos también ese tren de la bruja definitivo, un pasaje del terror enorme que es casi un parque temático de los laberintos del miedo y al que los protagonistas entran buscando algunos escalofríos.

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En este caso, la amenaza es menos metafísica que la de ‘Channel Zero’: un psychokiller enmascarado que te mira silencioso y tuerce la cabecita mientras gritas presa del pánico. Con el aliciente de que en este entorno no llama la atención lo más mínimo: el recinto donde están las víctimas potenciales está lleno de brundlemoscas que escupen líquido verde, payasos zumbados y polis locos que hacen que el asesino auténtico esté muy cómodo.

Una ambientación perfecta

El gran acierto de ‘Hell Fest’, ya que es obvio que la originalidad no se cuenta entre sus grandes bazas, es la ambientación: suficientemente reconocible, pero tratada con un cuidado en lo estético que sin duda pone al producto por encima de la media. Los colores chillones, las luces cegadoras, las estructuras estrechas y laberínticas, perfectas para un slasher y sobre todo, no perder nunca de vista que estamos en un pasaje del terror. Es decir, y a diferencia de lo que suele pasar cuando uno de estos escenarios aparece en una película -dentro o no del género-, el ambiente es reconociblemente cutre, construido con madera, corchopán y papel pintado. Es decir, como en un pasaje del terror auténtico.

Es precisamente la autoconsciencia de que nos movemos por decorados «falsos» lo que le da a la película un aire especial, porque le permite ponerse metanarrativa sin resultar pretenciosa. Los personajes pasean por colegios embrujados, iglesias satánicas, casas encantadas, pero en ningún momento se abandona la sensación de que todo es falso y que los personajes lo saben. Eso permite no solo introducir un puñado de guiños (hay de todo, pero destacaríamos el muy cariñoso al Dr. Satan de ‘La casa de los 1000 cadáveres’), sino deslizar una somera, sencilla y muy simpática reflexión sobre la artificiosidad del género.

Hell Fest 3

Hell Fest 3

Para todo lo demás, ‘Hell Fest’ discurre con sencillez y sin aspavientos, que no es poco: Gregory Plotkin, director de ‘Paranormal Activity: Dimensión fantasma’ y montador de ‘Déjame salir’, bastante hace con exprimir el decorado y retratar a los personajes con cierta simpatía. Su mano destaca en un par de descocados momentos ultragore, uno de ellos incluso con efectos prácticos y planificación inusualmente expositiva, casi digna de video nastie ochentero.

Por desgracia para los amantes de la violencia gratuita, el bodycount de ‘Hell Fest’ es inusualmente escaso, y además se amontona en un tramo final decepcionante y apresurado: las víctimas se suceden sin demasiado fuste y el clímax para el que se nos viene preparando toda la película está inusualmente mal planificado. Un cierto sabor amargo como colofón de una película, sin embargo, más que interesante para devotos del género: sus hallazgos escenográficos y su modestia general bien valen pagar el ticket de entrada a este tren de la bruja, por una vez, no-metafórico.