Mozo: hay una dieta en mi plato

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Si yo en este momento preguntase delante de un auditorio compuesto por adultos quién de los presentes está a dieta, el 55% me responderían que sí, el 25% mentiría diciéndome que no, y el 20% restante me diría que el próximo lunes empieza. ¡Patrañas! Todos vivimos a dieta permanente, pero como los confinamientos, intermitente.

Y los que dicen que el lunes la van a empezar, mienten y lo saben. Es una expresión de deseos. Nadie cambia de vida un lunes. Ni un fin de semana. Los cambios de vida hay que hacerlos un miércoles, o un viernes, o un 30 de febrero.

Porque no es fácil hacer dieta. De hecho, el segundo día de la dieta es más fácil que el primero. Porque para el segundo día, ya la abandonaste. Es más: yo en este momento estoy haciendo 3 dietas a la vez, porque con una sola me quedo con hambre.

Otro inconveniente: vas al nutricionista y le contás todo lo que comés, anota en un papel, te pregunta qué te gusta, qué no te gusta y te dice que te va a mandar una dieta a tu medida. ¡Patrañas! Te manda un mail copiado y pegado mil veces que es la misma dieta que les da a todos sus pacientes, así tengan sobrepeso, colesterol, triglicéridos altos o caspa incipiente. Y que, además, contiene todo lo que NO te gusta y no hay nada, NADA, de lo que te gusta.

Y ahí postergás todo por una semana hasta encontrar la dieta adecuada en internet. Pero… ¿Qué dieta hacer? ¿La de la luna, la del pomelo, la disociada, la Scarsdale, la ortomolecular, la anti dieta o la dieta del diente de ajo, que te garantiza bajar de peso, pero te deja sin amigos, incluso en esta era de barbijos?
 Yo hoy, por ejemplo, recomendaría una dieta infalible: la dieta del peceto. Solo peceto, todo el día. Con lo caro que está, no vas a poder comer nada…

Y todos conocemos a alguien que está a dieta. Y lo que es peor: no le funciona. Un amigo empezó una dieta que, además, incluía ejercicios de equitación. Y resultó bastante bien. En tres semanas el caballo había perdido 12 kilos.

Es que uno con la dieta espera perder kilos, y lo primero que pierde es la paciencia y el buen humor. Y ni hablar si uno vive en una familia y es el único a dieta. Eso es imposible: para hacer dieta o hacen todos, o hay que retirarse a un monasterio Shaolín abandonado por sequía en una zona remota de Nepal. 
Y si toda la familia se pone a dieta… ahhh… es una de suspenso: todos vigilan al otro a ver quién se come qué cosa, pero no lo hacen para ayudar al otro miembro de la familia: lo hacen para sentirse habilitados a darle un saque al dulce de batata.

A un amigo mío ahora se le dio por lo orgánico. “Yo nunca como nada que tenga aditivos químicos, o preservantes o que haya sido rociado con pesticidas…”, me dijo. Y le pregunté que cómo se sentía, y me dijo: “muy hambriento”.

Lo malo de las dietas es que lo que hay que comer NO es rico. Hay que comer sano, y eso incluye apio, zanahorias, lechuga, kale… Honestamente: ¿alguien vio últimamente algún aviso de apio o zanahorias en televisión? No. No hay. No vende. Vende más el chocolate, la birra, el alfajor… y la pastilla y las gotas para el hígado capaces de trenzarse a trompadas con hamburguesas y papa fritas gigantes.

Y no alcanza con hacer dieta. También hay que hacer ejercicio. Y yo te digo: si no fuese por el hecho de que el televisor y la heladera están en cuartos separados, algunos de nosotros ni caminaríamos. 

En fin, que ahora los tengo que dejar porque justo me están por servir la colación dietética que me corresponde a esta hora: un especial de milanesa con huevo frito y papas pay. Eso si: la milanesa es de soja, el huevo es de codorniz y las papas pay son de apio y zanahoria. Y el pan no es francés: es sin harina, sin gluten, sin Tacc… ¡sin gusto! ¡Socorro!