Gaspar Noé está en un punto de su carrera en el que todo lo bueno que podamos decir de su cine es, invariablemente, también todo lo malo. O al menos, una cosa lleva a la otra sin remisión: compone imágenes que se graban a fuego en las retinas, pero a costa de extirparles toda profundidad o coherencia; arriesga con largos planos secuencia, encuadres fijos exasperantes (cómo olvidar, en términos bien distintos a los de Clímax, la escena más repulsiva y memorable de ‘Irreversible’), que acaban pecando de gratuidad y cierta tendencia a la repetición. Y aborda temas conflictivos sin miedo a mostrar sexo y violencia, pero en ocasiones parece que recurre a ello sin más ánimo que la provocación simplona.
En ‘Climax’ (como en ‘Love’) estamos ya lejos de la caótica brutalidad, imprevisible y demencial, de sus primeras películas, como el soberbio mediometraje ‘Carne’ o la abismal radiografía de una mente enferma ‘Solo contra todos’. Aquí hay sexo y violencia, por supuesto que sí, pero por primera vez vemos a un Noé intentando enhebrar una cautionary tale, una historia con moraleja. Niños, no os droguéis, que se acaba mal.
La excusa de partida, que Noé afirma que está basada en hechos reales, muestra a un grupo de bailarines jóvenes y talentosos que se reunen en una sala aislada para celebrar su éxito. Pero alguien echa LSD en el ponche, y tras unos instantes de hedonismo salvaje, comienza el mal viaje. Alucinaciones, enfrentamientos, sentimientos prohibidos que salen a la superficie. El trip acaba convirtiéndose en un auténtico infierno, y no habrá esperanza ni para los virtuosos ni para los pecadores.
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Como exhibición de músculo visual, casi como un vídeo promocional del talento de Noé como planificador y montador, ‘Clímax’ es, obviamente, soberbia. Quizás no tanto en los momentos más estridentes -que ya hemos visto a Noé destrozar anímicamente a sus actores con planos interminables-, sino en pequeños detalles subversivos a la hora de contar la historia. Los créditos finales al principio, las cintas con pruebas iniciales que humanizan con rápidos plumazos a los personajes…
Noé brilla más cuando retuerce los límites de lo convencional. Cuando se vuelve loco, impacta pero no sorprende: es cierto que la transformación de una sala de fiestas en una olla a presión de neón y luz negra revuelve las tripas, y que la labor de dirección de los actores (todos están estupendos, pero brilla con una personalidad especial, agresiva, volátil y frágil a la vez Sofia Boutella) es extraordinaria. Pero no deja de ser exhibicionismo y bailes, muchos bailes que, si el espectador no está en la sintonía de Noé y los suyos, acabarán haciendo que la película converga a una versión no-tan-graciosa de Peeno Noir.
Como siempre sucede con Noé, la película tendrá tantos detractores como devotos, y ambos tendrán su parte de razón: ‘Climax’ es superficial, fulminante, repulsiva y chillona, todo juega en favor y en contra del film, de la estética a los chirriantes giros de guión de telenovela. Por mi parte, puede que me haga mayor y no esté para demasiadas leccioncitas de moral, pero las historias de «vigila tu vaso, no te vayan a echar algo en el cubalibre» hace tiempo que dejaron de conmoverme.
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