Cómo Fortalecer nuestras Mentes, Reducir la Ansiedad y Unir la Sociedad

0
509

La felicidad depende en gran medida de la calidad de nuestras relaciones personales y la salud de nuestra mente. Pero paradójicamente, parece que estamos retrocediendo en ambos frentes:

  1. La sociedad actual es más segura que en cualquier momento anterior, pero se han elevado los niveles de ansiedad y depresión, especialmente entre los más jóvenes (artículo). El uso de antidepresivos se ha duplicado en pocos años (detalle).
  2. Tenemos más herramientas de comunicación, pero nos sentimos más aislados y divididos.

Como con todos los problemas complejos, sería un error atribuirlo a un único factor, pero un libro reciente de Jonathan Haidt (psicólogo social) explora algunas de las cosas que estamos haciendo mal, y ofrece recomendaciones para mejorar como sociedad.

Hoy revisamos las grandes premisas del libro y exploramos algunas de sus propuestas.

Las grandes mentiras modernas

El libro empieza enumerando tres grandes mentiras, o ideas populares que contribuyen a muchos de los males actuales:

  1. Mentira de la fragilidad: “Lo que no te mata te debilita”.
  2. Mentira del razonamiento emocional: “Confía siempre en tus sentimientos”.
  3. Mentira del nosotros contra ellos: “La vida es una batalla entre buenos y malos”.

Personas con estas creencias sufren peor salud física y mental, y los autores argumentan que contradicen no solo la sabiduría ancestral (como la filosofía estoica), sino también las investigaciones recientes sobre bienestar emocional. Son creencias perjudiciales para los individuos que las adoptan y las comunidades que las albergan.

Veamos cada una en más detalle.

Mentira 1: Lo que no te mata te debilita

Nuestros ancestros llevaban vidas mucho más duras y peligrosas que las nuestras, y cada generación intentaba dejar a su descendencia un mundo algo mejor. Este instinto de protección mejoró gradualmente la calidad de vida de los más pequeños, reduciendo riesgos y accidentes. Pero como suele ocurrir, más protección no siempre es mejor.

A medida que disminuyen los rigores a los que nos enfrentamos disminuye también nuestra tolerancia a la incomodidad, tanto física como emocional. Cada nueva generación pone un poco más bajo el listón de lo que es capaz de tolerar, aumentando su debilidad.

Como explica Nassim Taleb, los humanos somos antifrágiles, y necesitamos ciertos desafíos para fortalecernos.

Sabemos por ejemplo que proteger a los niños de todo tipo de microbios y bacterias interfiere con el desarrollo de su sistema inmune (más detalle), de la misma manera que limitar durante los primeros años alimentos potencialmente alérgenos (como los cacahuetes) eleva precisamente el riesgo de desarrollar alergias (estudio, estudio).

Pasando al desarrollo físico, cierto nivel de riesgo durante el juego es un componente necesario en su crecimiento. Más allá del  beneficio asociado a la actividad física, la exposición a un riesgo controlado (por ejemplo escalar un árbol) aumenta la autoconfianza de los más pequeños, elevando su sentimiento de competencia y bienestar psicológico (revisión, estudio, estudio, estudio, estudio).

Por el contrario, aislarlos de cualquier peligro aumenta las fobias y la ansiedad (estudio, estudio).

Y lo mismo aplica al ámbito emocional. Más que intentar protegerlos de fracasos, insultos o cualquier experiencia que produzca un mínimo de incomodidad emocional, debemos enseñarles a afrontarlos, porque son parte de la vida.

En resumen, proteger en exceso a los más pequeños los debilita, y podría contribuir a las elevadas tasas de ansiedad que vemos hoy día (estudio).

Debemos preparar a los niños para el camino, en vez de intentar adaptar el camino a los niños. Eliminar cualquier pequeño obstáculo de su camino formativo los convertirá en adultos dependientes, reduciendo su tolerancia a la frustración. No es tan importante lo que hacemos por ellos como lo que les enseñamos a hacer por ellos mismos.

En palabras de Taleb, “El viento apaga una vela pero aviva un fuego. Debemos evitar ser velas para convertirnos en fuego, y desear que llegue el viento“.

Dos notas evidentes pero importantes:

  • Algunos daños físicos y experiencias emocionalmente traumáticas sí son debilitantes y deben evitarse, recuerda que la dosis hace el veneno.
  • Algunos riesgos ayudan a crecer y otros riesgos no. Los primeros son necesarios (en su dosis adecuada), los segundos son absurdos. Por ejemplo, no usar cinturón de seguridad es un riesgo que no aporta nada, y que debemos evitar. Se trata de protegerles todo lo necesario, no todo lo posible.

Mentira 2: Confía siempre en tus sentimientos

Como vimos en un artículo anterior, las emociones son un arma de doble filo. En ocasiones nos hacen conscientes de verdades no directamente accesibles a nuestra parte racional, pero otras veces distorsionan la realidad.

El razonamiento emocional es una distorsión cognitiva donde nuestra parte racional (jinete) busca explicaciones para justificar los mensajes de nuestra parte emocional (elefante), en vez de analizar si esas emociones reflejan la realidad.

Al razonar emocionalmente amplificamos nuestra primera respuesta emocional, llegando con frecuencia a conclusiones equivocadas. Algunos ejemplos:

  • Si alguien siente miedo, concluye que está en peligro.
  • Si alguien se siente solo, asume que no le importa a nadie.
  • Si alguien se siente abrumado, interpreta que es incapaz de lidiar con su situación.

En resumen, se usa la emoción como evidencia para confirmar una creencia, en vez de realizar un análisis racional de la  situación.

Siguiendo los ejemplos anteriores, en vez de dejarnos arrastrar por nuestras emociones deberíamos cuestionarlas para buscar soluciones: “¿Hay criterios objetivos para pensar que realmente corro peligro?“,  “¿En serio nadie ha hecho nunca nada por mí?“, “¿No podría organizarme mejor y desarrollar nuevas habilidades para mejorar mi situación?“.

Según Haidt, el sistema educativo debería enseñar a los más jóvenes a combatir este tipo de distorsiones cognitivas, pero en vez de eso las amplifica. Se potencia por ejemplo el concepto de microagresión, entendido como cualquier comportamiento o comentario que pueda resultar ofensivo a algún colectivo.

El problema con la idea de microagresión es que su clasificación no depende de la intención del emisor, sino de la emoción del receptor: si alguien se siente ofendido, es porque ha sido agredido.

Sin duda hay comentarios intencionadamente hirientes que podríamos clasificar como agresiones verbales, pero en la mayoría de casos no son malintencionados.

Incluso si se trata de un comentario poco acertado (si realmente refleja algún tipo de prejuicio social), la forma en la que respondemos influye en nuestra salud mental y en la calidad de nuestras relaciones personales. Tenemos dos opciones:

  1. Fiarnos de nuestra emoción: asumir que hemos sido víctimas de una agresión, elevando generalmente nuestra ansiedad y albergando resentimiento hacia la otra persona.
  2. Cuestionar nuestra emoción: antes de asumir mala intención, nos preguntamos si existe otra posible interpretación, aplicando el principio de caridad (asumir la interpretación más racional y favorable en los comentarios de terceros).

La primera opción nos hace buscar venganza y castigo público contra nuestro supuesto enemigo (lo que algunos han convertido en su forma de vida en las redes sociales). La segunda opción, sin embargo, nos permite aprovechar la oportunidad para educar, respondiendo algo así: “Sé que no hay mala intención en tu comentario, pero piensa que algunas personas podrían interpretarlo de esta manera…“.

En resumen, no se trata de defender comentarios desafortunados, sino de buscar formas menos dañinas de enfrentarlos, protegiendo emocionalmente al receptor y preservando la relación con el emisor (que muchas veces no es consciente de su error).

Si alguien raya tu coche sin querer, no pensarías que has sido víctima de una agresión, simplemente que ha sido un desafortunado accidente. El impacto en tu estado emocional y en tus sentimientos hacia la otra persona serán muy distintos según tu interpretación.

Intercambiar opiniones con otras personas se complica si buscamos constantemente motivos para sentirnos agredidos. Cuantas más interacciones diarias interpretes de manera hostil más sufrirás innecesariamente y más te aislarás. Recuerda que la mayoría de veces las personas no hacen las cosas por maldad, y que tus emociones no reflejan necesariamente la realidad.

Incluso si el comentario recibido buscaba realmente ofender, la forma en la que alguien decide responder determinará su impacto. Si reaccionas emocionalmente estás dando poder a la otra persona, le estás permitiendo controlar tu mente.

Como decía Epicteto: “No son las cosas que nos ocurren las que nos dañan, sino nuestra interpretación de las mismas“.

Mentira 3: La vida es una batalla entre buenos y malos

Durante la mayor parte de nuestro pasado vivimos rodeados de nuestra tribu, formada por un pequeño grupo de individuos. La evolución humana no es simplemente la historia de unos individuos compitiendo con otros dentro de un grupo, sino que es también la historia de unos grupos compitiendo con otros, muchas veces de manera violenta.

Originalmente los grupos eran pequeños, ya que estaban limitados por el tamaño del cerebro. Las relaciones sociales exigen una avanzada corteza prefrontal, capaz de procesar la compleja contabilidad social: lugar de cada uno en la jerarquía, favores realizados, favores por devolver, grado de fiabilidad de cada individuo, relaciones entre otros miembros, etc.

Por ese motivo, el tamaño máximo de las tribus crecía a medida que evolucionaba el cerebro de nuestros ancestros, llegando a unos 150 individuos en el caso de los humanos, el famoso número de Dunbar.

A mayor tamaño de la neocorteza cerebral, mayor tamaño del grupo Fuente: https://theconversation.com/why-did-humans-evolve-such-large-brains-because-smarter-people-have-more-friends-77341

En algún momento, sin embargo, los humanos desarrollamos una capacidad única para saltarnos esta limitación física: aprendimos a inventar historias.

Como explica Yuval Noah Harari en Sapiens, inventamos dioses y mitos sobre nuestros ancestros, dando lugar a religiones y naciones. Estas creencias compartidas hicieron que pasáramos de colaborar exclusivamente con nuestro grupo cercano a hacerlo con millones de extraños: “Si alguien cree en mi mismo dios o en mi misma nación, es como yo“.

Cueva de las manos, en Argentina. Unos 10.000 años de antigüedad.

Estas historias permiten cohesionar grandes grupos, pero también manipularlos, enfrentando unos grupos con otros por diferencias insignificantes, y muchas veces en beneficio de unos pocos.

Casi todas las sociedades desarrollaban historias que ensalzaban sus héroes y dioses, a la vez que despreciaban los de los demás. El pensamiento tribal tiende a dividir: “Nosotros contra ellos”.

Nuestros heroicos aventureros-Sus brutales invasores. Nuestro noble pueblo-Sus salvajes retrógrados. Nuestra gran religión-Sus primitivas supersticiones. Nuestros gloriosos líderes- Sus malvados déspotas

Volviendo al momento presente, la sociedad está dividida en múltiples grupos, desde partidos políticos a equipos de fútbol, pasando por etnias e identidades sexuales.

Esta diversidad no es mala, siempre que no olvidemos que nos unen muchas más cosas de las que nos separan. Luchar por los derechos de un grupo es una causa noble si se hace apelando a una humanidad compartida, convirtiendo en injusto privar a un grupo por motivos históricos o biológicos.

Por desgracia, algunos movimientos sociales hacen justamente lo contrario, enfatizando constantemente las diferencias con el resto. Activan entre sus seguidores el poderoso pensamiento tribal, pasando de reclamar justicia a buscar venganza. Aumentan el número de palabras y comportamientos que consideran agresiones, convirtiendo todo en una lucha entre opresores y oprimidos.

Esta es una receta perfecta para dañar la convivencia y crear una reacción opuesta. Si queremos mejorar la calidad de vida y la salud mental de la sociedad, debemos hacer todo lo posible por reducir el pensamiento tribal y elevar nuestro sentido de pertenencia a la humanidad.

Lugar de nacimiento: la tierra. Raza: humana. Política: libertad. Religión: amor

Nota: Aunque no es un tema que se aborde en el libro, vemos cómo en el mundo de la salud se dan también enfrentamientos constantes, reflejo de estas mismas inclinaciones tribales. En muchos casos, la nutrición remplaza a la religión y la ideología desplaza a la ciencia.

El libro profundiza por supuesto en cada una de estas tres grandes mentiras, y si hay interés escribiré una segunda parte con recomendaciones concretas que intento aplicar en mi vida. El objetivo es mejorar nuestro estado emocional y la convivencia con los demás.

Los libros anteriores de Jonathan Haidt son también muy recomendables: The Righteous MindThe Happiness Hypothesis.

Share Button

Únete a la Revolución ¡Ya somos más de 100.000!

y recibe gratis el Manual Revolucionario (ejemplos de alimentación y entrenamiento)