Precalentar el horno a 180ºC y preparar un molde rectangular poco profundo, de unos 37×25 cm. Para ello, cubrir con una capa de mantequilla o aceite, espolvorear con harina tamizada encima y dar unos golpes para retirar el exceso.
En un recipiente grande, verter uno de los huevos. Acercar otro cuenco más pequeño y separar las yemas de las claras de los demás, dejando las cinco claras aparte. Pesar 100 g de azúcar e incorporarlo a las yemas con el huevo entero.
Batir con ayuda de una batidora de varillas a velocidad alta, hasta que haya crecido y tenga un color pálido. Añadir la vainilla y batir un poco más.
Con las varillas bien limpias y secas, batir las claras a punto de nieve. Añadir los 50 g de azúcar restantes, una pizca de sal y seguir batiendo hasta que tenga una consistencia bien firme.
Incorporar las claras a las yemas, con suavidad. Tamizar encima la harina con la maizena, y trabajar la masa con cuidado, con movimientos envolventes y suaves, usando una espátula o lengüeta.
Verter en el molde e igualar la superficie con suavidad. Hornear sobre una rejilla durante unos 30-35 minutos, hasta que al pinchar con un palillo salga limpio. Dejar enfriar, desmoldar y cortar en porciones cuadradas de unos 5 cm de lado.
De forma opcional, se les puede dar un aspecto visual más bonito tostando su exterior. Para ello, colocar las porciones, ya frías y cortadas, en una bandeja y hornear unos instantes con el horno a máxima potencia, usando la opción del gratinador si se tiene. Vigilarlos muy de cerca para que no se quemen.
