El dilema de Masterchef Celebrity: ¿es bueno para la gastronomía o la degrada entre tanto grito y farándula?

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Otro año más Masterchef Celebrity está siendo un éxito de audiencia, puntuando todas las semanas en torno al 20 % de share y los tres millones de espectadores.

El programa es un enorme escaparate para la cocina española, y hay que agradecer a sus productores que se hayan preocupado por dar visibilidad no solo a los chefs mediáticos que todo el mundo conoce, sino también a cocineros poco conocidos para el gran público, pero que están haciendo un excelente trabajo en sus restaurantes.

Pero esta importante labor divulgativa, convive no solo con el obligatorio show, sino también con el puro histrionismo. Pese a que el programa va de cocinar parece que dan puntos extra por decirlo todo a voces. El griterío constante en este programa es tan insoportable que uno se pregunta cómo logramos aguantarlo y si, de verdad, todo este circo es necesario para que un programa de cocina tenga éxito.

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Desde el principio, con Bibiana Fernández y Anabel Alonso como invitadas de la primera prueba del programa, los concursantes no han dejado de gritar y hacer el ganso. Además de dar voces, Alonso y Fernández se han encargadoo de supervisar una prueba en la que los jueces se han ausentado, con el objetivo de poder catar los platos a ciegas.

Los concursantes han escuchado varios fragmentos de óperas famosas y debían adivinarlas para descubrir una serie de platos relacionadas con ellas, como la Tarta Mozart, el tournedó a la Rossini, los macarrones alla Norma.

Aunque los jueces han destacado el nivel general de los platos, Boris Izaguirre ha ganado la prueba con un risotto de setas y verduras y se ha llevado el delantal dorado, que garantiza la inmunidad en el programa. Por el contrario, Ona Carbonell ha presentado el peor plato, la Tarta Mozart, que era quizás la elaboración más difícil y no ha logrado presentar en condiciones: se ha llevado el delantal negro, que le ha llevado directamente a la eliminación.

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Vergüenza en Sigüenza

En la prueba de exteriores los aspirantes se han desplazado a Sigüenza (Guadalajara), donde han roto la paz de la maravillosa ciudad castellana para maltratar un menú de cuatro platos, presentes habitualmente en la carta de El Doncel, el único restaurante con una estrella Michelin de la provincia, comandado por el cocinero Enrique Pérez -uno de esos magníficos, pero no tan conocidos, chefs para los que un programa como este es un merecidísimo escaparate-.

Gracias a su victoria en la primera prueba, Izaguirre ha sido el encargado de escoger los equipos, repartir los platos y, además, capitanear ambos grupos.

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El equipo azul, formado por Paz Vega, Mario Vaquerizo y Santiago Segura, ha tenido que preparar el entrante, una emulsión de tomate, sardina en arenque y bizcocho de remolacha; y el segundo, un lomo de corzo, hierbas aromáticas, trigo negrillo y crema de ajoblanco.

El equipo rojo, formado por las archienemigas Antonia Dell Atte y Carmen Lomana, además de Ona Carbonell (que iba a ir a la prueba de eliminación de todas formas), ha tenido que elaborar el primer plato, unos callos melosos de bacalao y azafrán de La Mancha; y el postre, un genial postre de Pérez, llamado El trufero, y compuesto de una trufa de chocolate trufada, con arenas de cacao y un helado de especias.

Trufero

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El trufero de Enrique Pérez, tal como se sirve en su restaurante.

Mientras que el equipo azul ha logrado sacar sus platos con bastante solvencia, el equipo rojo ha sido un caos, con Lomana pasando de todo, Dell Atte sin parar de gritar, y la pobre Carbonell, que ya se sabía eliminada, aguantando como podía. Obviamente, las dos divas han acompañado a la nadadora a la prueba de eliminación. Lo sorprendente es que el jurado ha mandado también a Izaguirre a la prueba de expulsión, pese a tener la inmunidad, y que no podía ser eliminado.

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Superalimentos, infracomida

Si bien Masterchef hace una buena labor de divulgación en gastronomía, el tema de la nutrición deberían dejárselo a otros, porque siempre que lo tocan…

En esta ocasión le ha tocado el turno a los superalimentos, un término no científico que, como ha explicado Marta, la ganadora del último MasterChef, se usa para definir a alimentos con pocas calorías y una gran densidad de nutrientes, pero en el que se acaba metiendo un poco de todo y un mucho de moda. Porque, por ejemplo, han metido en este saco al azúcar de coco, que no es más que otro tipo de azúcar, que nada tiene de saludable.

Los concursantes tenían que elegir entre varias campanas en las que se escondían estos «superalimentos» y adivinar cómo se llamaba el producto. Si no lo acertaban, debían incorporarlo a su plato y, además, tenían que descubrir otra campana más. Si acertaban, podían escoger el alimento como ingrediente principal o seguir jugando.

Una vez repartidos los productos, Carbonell ha presentado una suerte de crêpes a lo japonés, con muchas técnicas y literatura; Izaguirre ha presentado un pollo frito que dejaba bastante que desear; Del Atte unas gambas con cúrcuma pasables; pero era imposible presentar nada peor que el plato de Lomana: unas crêpes infames con frutos rojos y una nata mal montada. Era, sencillamente, lamentable.

La «empresaria» se ha librado hasta ahora de las pruebas de eliminación porque ha tenido suerte y le han tocado los grupos ganadores, pero parecía claro que nunca podría pasar una fase de eliminación. Y así ha sido. Chao.

Imágenes | RTVE