‘Tortugas Ninja’: 30 años del salto al cine en una aventura… «¡de puta madre!»

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Puede que, por encima de toda la ristra de clásicos Disney de rigor, el primer recuerdo vívido que tengo en una sala de cine se remonte a finales de 1990 o principios de 1991, cuando quedé alucinado con ‘Tortugas Ninja’ —aquí en España se estrenó sin el artículo—, la primera adaptación en acción real del ya mítico cómic creado por Kevin Eastman y Peter Laird en 1984.

Si soy plenamente sincero, no me había percatado de lo rápido que pasa el tiempo hasta que he caído en la cuenta de que ya han pasado treinta años —que se dice pronto— desde el lanzamiento estadounidense del largometraje dirigido por el realizador dublinés Steve Barron, curtido en el mundo del videoclip junto a artistas de la mano de Michael Jackson, Kenny Loggins o Bryan Adams.

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Para celebrar estas tres décadas de delirio quelonio, he vuelto a sumergirme tras una larguísima temporada en la Nueva York noventera de la mano de los que, probablemente, sean mis personajes de ficción favoritos a través de la edición en Blu-Ray de la película de Selecta Visión que contiene el doblaje original estrenado en salas. Todo un chute de nostalgia con el que he redescubierto un clásico, ahora desde el punto de vista de un adulto —que continúa teniendo la mente de un niño—.

Una adaptación sorprendentemente fiel

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Ver el primer live-action de las Tortugas Ninja con la perspectiva que me han dado todos estos años, además de para apreciar la presencia de un Sam Rockwell jovencísimo en la cinta, me ha servido para poder apreciar sus diferencias y similitudes tanto con el cómic que supuso el germen del fenómeno mundial, como con el resto de producciones audiovisuales derivadas de él.

Sorprendentemente, pese a esperar una desconexión casi total, me he encontrado con una fidelidad sorprendente hacia la obra impresa de Eastman y Laird, publicada por Mirage Studios. Las similitudes entre el largometraje y el primer número de ‘Teenage Mutant Ninja Turtles’ son asombrosas, imitando el filme prácticamente la totalidad de su arco argumental.

Desde la batalla con la que se presenta al cuarteto de quelonios humanoides hasta la derrota del Triturador —alias Shredder— cayendo desde una azotea, pasando por el modo en que se narran los orígenes de nuestros héroes, prácticamente idéntico sobre el papel que en el flashback cinematográfico, la influencia del material original es más que evidente.

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No obstante, no todo queda en el #1 del cómic. ‘Tortugas Ninja’ también va incorporando elementos aparecidos en números posteriores, como el secuestro de Splinter que marca el inicio del tercer número, el movido encuentro entre Raphael y Casey Jones, publicado originalmente en el primer ‘TMNT: Raphael’, o el retiro de los héroes en la granja de Northampton —duelo de insultos entre Casey y Donatello incluido—, del #11.

Por supuesto, el largo de Steve Barron se toma sus licencias. Algunas de ellas son herencia directa de la célebre serie de animación de 1987, como el hecho de que April sea reportera de televisión y no una ayudante de laboratorio, la pasión de las tortugas por pizza, la inclusión de bandanas de colores para diferenciarlas —en el diseño original, pese a que el cómic sea en blanco y negro, todas eran rojas— y algunos detalles de su personalidad.

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Además, la historia tras Splinter, su maestro Amato Yoshi y Oroku Saki —Triturador— tiene una ligera variación. Si bien ‘Tortugas Ninja’ mantiene intactos los elementos de romance y celos, en el cómic no es el propio Saki quien agrede a su enamorada Shen, sino su hermano Nagi. Cuando Yoshi descubre a Nagi agrediendo a Shen, acaba con su vida, exiliándose a Nueva York, donde Saki acudiría años más tarde junto al Clan del Pie en busca de venganza.

Pero, independientemente de estos detalles, lo verdaderamente sorprendente de mi reencuentro con ‘Tortugas Ninja’ es que me ha vuelto a transmitir toda esa energía y buen rollo que relacionaba con ella. Haciendo concesiones a su esquemático libreto y su, por momentos, errática dirección, la aventura de Leonardo, Raphael, Michelangelo y Donatello es un cúmulo de one-liners, peleas y diversión ante el que es complicado no caer rendido.

Cómo hemos cambiado…

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Antes comentábamos cómo ‘Tortugas Ninja’ podría definirse, en términos generales, como una combinación entre el violento y crudo cómic de 1984 y su adaptación animada de 1987. Esto es algo que podría aplicarse, hasta cierto punto, a su tono, de una voluntad claramente familiar, pero con una ejecución que, según los estándares de la industria actual, sería prácticamente inadmisible.

He de confesar haber soltado alguna carcajada y algún que otro gesto de incredulidad con algunos momentos de la cinta después de caer en cuenta de que se estrenó con una calificación por edades para todos los públicos. Por poner algunos ejemplos, ahí están los planos de menores de edad fumando —en la guarida de villanos más molona de la historia del cine— o una conversación entre April y su jefe en la que este último expresa abiertamente su preocupación porque, según él, hayan intentado violarla.

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Pero, probablemente, uno de los momentos más demenciales sea el protagonizado por Raphael una vez superado el mid-point del relato. Nuestros héroes bajan de la furgoneta mientras está cayendo el diluvio universal y corren a refugiarse. Raph, empapado, no duda en comentar que ahora sabe «cómo se sienten los inmigrantes ilegales cuando cruzan la frontera». Estamos acostumbrados a que las cintas para toda la familia tengan guiños al público adulto, pero esto es, claramente, otro nivel.

Con cosas como estas —hilarante el momento en que un ninja del Clan del Pié da un guantazo a April después de tenderle la mano y decirle que tiene un mensaje para ella—, al final el lenguaje malsonante y esa violencia, más contundente de lo que cabría es lo de menos; por mucho que nos enseñase a soltar exabruptos como «¡de puta madre!» cuando aún nos costaba mantenernos en pie sin partirnos la crisma.

Del papel al látex

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Fue precisamente esta vis más «adulta» de ‘Tortugas Ninja’ la que estuvo a punto de alejar de la producción al que, finalmente, fue uno de los grandes impulsores de su éxito. Estamos hablando, por supuesto, de Jim Henson, el marionetista, animador y padre de los Teleñecos, que terminó aportando su esencial grano de arena como diseñador de personajes.

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Según palabras del director Steve Barron, recogidas en el documental ‘Turtle Power: The Definitive History of the Teenage Mutant Ninja Turtles’, Henson barajó rechazar el trabajo porque «no estaba contento con la violencia, en relación con sus Teleñecos y la base de sus seguidores», añadiendo que «poner su nombre en la película fue algo muy arriesgado para él».

Finalmente, Henson aceptó, elevando el presupuesto del largometraje de los 3.5 millones de dólares a los 8 —terminarían siendo unos 13 una vez New Line se hiciese cargo de la producción después de varias desbandadas ante el miedo a una nueva ‘Howard el pato’—, y la Jim Henson’s Creature Shop de Londres se hizo cargo de traer a la vida a las que, según el maestro, eran las criaturas más avanzadas en las que había trabajado nunca.

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Leo, Don, Mickey y Raph primero fueron creados a lo largo de 18 semanas mediante un proceso de fabricación en fibra de vidrio, un remodelado en arcilla y un último paso en el que se crearon piezas de cuerpo entero de latex; un material que, durante el rodaje, además de provocar un calor asfixiante a los actores, necesitaba de un mantenimiento constante y varios repuestos debido a las roturas durante las secuencias de acción.

A los cuerpos de los quelonios hay que sumar una pieza clave: las cabezas animatrónicas que terminaban de insuflar vida a los personajes. Al rodar, el actor dentro del traje estaba en contacto, a través de un auricular, con el marionetista que, en remoto, animaba las expresiones faciales de los rostros robóticos e interpretaba las voces —que fueron dobladas a posteriori—. Una técnica aún más complicada en el caso de Splinter, que combinaba a dos marionetistas en contacto directo con el animatronic para animar el torso y las extremidades, y a otro en remoto para encargarse del rostro.

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Puede que el trabajo de Jim Henson —la Splinter aún no mutada, imitando las katas de su maestro desde la jaula, sigue siendo entrañable— fuese el último ingrediente que convirtió ‘Tortugas Ninja’ en un éxito arrollador. El largo se estrenó el 30 de marzo de 1990 en Estados Unidos, haciéndose con el número uno de la taquilla del fin de semana con 25 millones de dólares recaudados. Una cifra que creció hasta los 135 millones en suelo estadounidense, a los que habría que sumar los 66 amasados en el extranjero.

Con estos datos sobre la mesa, y teniendo en cuenta el inmenso —y multimillonario— legado de series, películas, cómics, videojuegos y el más diverso merchandising que continuó a este clásico, ya treintañero, no cabe duda de que la idea de enmascarar a cuatro tortugas antropomórficas, armarlas y entrenarlas en las artes del ninjitsu que tuvieron Kevin Eastman y Peter Laird a principios de los ochenta fue una ocurrencia… de puta madre.