El polémico montaje de ‘Bohemian Rhapsody’ y por qué la edición no es una ciencia exacta

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No hay nada como obtener una nominación al Óscar —o cinco, como es el caso— para que aún más miradas se claven sobre una obra cinematográfica —miradas que, por pura estadística, vendrán acompañadas de opiniones en absoluto positivas—; y buena muestra de esto lo encontramos en ‘Bohemian Rhapsody’, cuya selección a optar al premio al mejor montaje el próximo 25 de febrero está levantando ampollas a causa de una escena.

El fragmento de la discordia —que podéis ver bajo estas líneas—, sitúa a los integrantes de la banda Queen en una terraza, donde se reúnen con John Reid, el personaje interpretado por Aidan Gillen. ¿Cuál es el problema con susodicho extracto de la película? Teóricamente, y según algunos comentaristas en redes sociales, un montaje especialmente picado que utiliza el corte más de cincuenta veces en un minuto y veinte segundos.

El cine como arte y no como ciencia exacta

Como tantas otras cosas en la narración cinematográfica, rebosante de herramientas y de normas preestablecidas que, después de todo, están ahí para romperlas en favor de la historia y las sensaciones a transmitir, este tipo de edición puede ser más o menos del agrado del espectador, lo cual dista mucho de que sea acertada o fallida —el cine, recordemos, no es una ciencia exacta—.

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A título personal, debo decir que este estilo de montaje no es santo de mi devoción, y mucho menos en una escena tan, a priori, reposada —otra cosa es que, a nivel dramático, el estado anímico de los personajes justifique su cadencia—; los cortes pueden antojarse excesivos y la sobreplanificación algo irritante, pero respetan a la perfección la distribución espacial de los personajes, hacen progresar la narrativa y, lo que es más importante, están acordes a la emoción del momento.

Merece la pena apuntar que juzgar individualmente una pieza tan breve, integrada en un filme que supera las dos horas de duración, resulta tan inadecuado como injusto. Descontextualizarlo de las secuencias anteriores y posteriores y de las cadencias narrativas de las mismas hace resaltar aún más unas peculiaridades —en este caso, su frenético montaje— que, durante la proyección de la película, muy probablemente, pasen totalmente inadvertidas.

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Como ya he puntualizado, todo esto no puede evaluarse en términos de acierto o error, sino de preferencias personales; y como ejemplo podemos acudir al socorrido género de la acción, en el que el montaje es una herramienta formal determinante. Así pues, podemos encontrar ejercicios sobreplanificados como los vistos en la trilogía ‘Venganza’ —donde llegan a usarse quince cortes en siete segundos para que el personaje de Liam Neeson salte una valla—, o escenas mucho más contenidas como las de la fabulosa ‘Indomable’ de Steven Soderbergh.

Que manifieste abiertamente mi devoción —especialmente en lo que a acción se refiere— por una edición más austera, por así decirlo, no significa, ni mucho menos, que esto sea un alegato en contra del corte. Por si alguien aún lo duda, alabaré una vez más a la gloriosa ‘Mad Max: Furia en la carretera’ y a su apabullante media de 22,5 cortes por minuto; un bombardeo que funciona a la perfección gracias al inteligente modo en que George Miller mantiene el peso visual de cada plano en el centro de la imagen, reduciendo el tiempo de lectura y permitiendo una legibilidad óptima.

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Ya tengo a mi candidata a alzarse con el Óscar al mejor montaje dentro de varias semanas, y aunque pueda anticipar que ‘Bohemian Rhapsody’ no es la elegida, es de justicia reconocer, guste más o guste menos, la estimable labor de John Ottman —colaborador habitual de Bryan Singer— en la sala de edición.